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martes, 16 de noviembre de 2010

Consulta con el doctor

Mi reloj marcaba ya los primeros minutos después de las ocho; el crudo frío de estos días, aún otoñales, me tenían tiritando; el Dr. Palacios no llegaba y mi paciencia se acababa. Mientras, yo hacía y reafirmaba mi juramento de que si en un conteo de diez segundos el señor no mostraba señales de vida, o indicios de aparecerse, me marcharía de ahí…pero desgraciadamente todos tenemos una conciencia, un grillito moral, y yo, no era la excepción.

Desesperantes minutos después, un blanco e impecable Peugueot 206 hizo su aparición en el estacionamiento de la Universidad Meridiano y en una sola maniobra se estacionó: el doctor había llegado. Afortunada o desafortunadamente ahí estaba José Luis Palacios, con una camisa blanca de manga corta y  un pantalón negro, que combinaba con su engomado y raquítico cabello que mostraba ya algunas canas.

Presurosamente, se bajó de su auto, notablemente apenado por su retardo; acto seguido me saludó mientras, discretamente, sus ojos observaban y buscaban más personas. La búsqueda resultó infructuosa.

Mi preocupación era evidente: yo y mi libreta éramos los únicos asistentes a la primera sesión del seminario sobre realización de encuestas y análisis de resultados. Me resultaba aterradora la idea de pensar que sería el único que asistiría a aquélla sesión, el único oyente de las enseñanzas del doctor. Pasaron los segundos, los minutos, convirtiéndose esa idea en una realidad.

El blanco y reluciente salón dónde se impartiría la plática resultaba más que espacioso tomando en cuenta que sólo 2 personas ocuparían aquél recinto. Se respiraba un ambiente tensionante, denso; que con el paso de palabras, chascarrillos, preguntas y respuestas, se fue aligerando.

A decir verdad, el seminario no provocaba muchas expectativas en mi persona, y no despertaba nada cercano a un gran interés, pero días anteriores mi voz, sin consultar al Sr. Razón, me había comprometido con el doctor: “Sí doctor, yo sí voy a ir”. Pero dichosamente, el seminario superó mis expectativas e hizo que mi arrepentimiento poco a poco desapareciera.

Fue sólo una eterna hora la que duró la desolada sesión que perfectamente podría tomar el nombre de consulta con el doctor, puesto que el Dr. José Luis Palacios Blanco ya no hallaba si seguir con la clase más que particular, o simplemente huir por la tangente diciendo que tenía un compromiso en pocos minutos. Porque mi suerte es grande y el doctor persona muy ocupada, al final se decidió por la segunda opción, dejándome libre, no sin antes hacerme un pequeño comentario con tintes imperativos: “Dile a tus compañeros que se animen a venir...por favor!”.